miércoles, 22 de diciembre de 2021

Sobre profesionalismo y buen juicio

    Es probable que el público a veces no se haga una idea ni siquiera aproximada sobre el grado de adiestramiento al que se somete un artista de escenario durante su formación y su vida profesional.

    La formación empieza temprano, normalmente bastante antes de los 10 años de edad. Básicamente, es el sometimiento a un régimen de entrenamiento personalizado en lo físico, en lo espiritual y en la capacidad de juicio, bajo la supervisión de un maestro de renombre.

    La búsqueda de límites es lo habitual. Un aire de crítica severa es constante. El objetivo principal es implantarle al alumno la costumbre de autocrítica implacable, hasta que su juicio sobre la propia producción sea más exigente que el del más severo de los maestros.
    No es que algún día uno llega a la meta y puede descansar sobre sus laureles. Hasta el más aplaudido solista en su disciplina se ha acostumbrado a vivir bajo el yugo de la angustia sobre si su rendimiento en la próxima presentación artística será “suficiente”…

    En la labor conjunta de elencos artísticos siempre hay un maestro que representa la instancia crítica objetiva, guiando los ensayos para realizar su “versión” de una obra, interrumpiendo y corrigiendo a veces hasta el hartazgo. Incluso los más destacados solistas de los elencos son de tanto en tanto criticados y tienen que repetir y mejorar su rendimiento bajo la mirada del maestro y de sus colegas.    
    En las funciones públicas, finalmente, los artistas escénicos actúan bajo la mirada de críticos de la prensa especializada y de oyentes y espectadores que suelen conocer el repertorio interpretado por grandes figuras mediante los registros audiovisuales en Internet, es decir, en situación de franca competencia internacional.
    Vale recordar que la música y danza en vivo no conocen la corrección retroactiva. Todo se ve y se escucha en tiempo real... y se juzga. El ejecutante siente cada imperfección cometida ante el público como una mediana catástrofe; en caso de ser grabada en vivo queda registrada para la eternidad, amenazando desde los archivos digitales la duramente adquirida reputación del intérprete.

    En la vida cotidiana, la actitud crítica, “quejumbrosa” –esa de juzgar permanentemente las cosas–, suele ser vista como desagradable, molesta, casi de mala educación. Para los artistas, en cambio, es el aire que respiran durante toda la vida. No debería sorprender que el espíritu crítico forme parte de su condición de ser, primero individualmente, luego también como faceta de su espíritu corporativo y orgullo gremial.

    Desde ya, juzgamos duramente sobre la calidad de intérpretes, o sea, colegas. Es antipático, pero lo hacemos igual, y con propiedad. En la situación inversa, cuando admiramos o elogiamos a alguien, ese juicio también tiene peso y alegra muchísimo a quien lo recibe.
    La situación más extrema y decisiva para la vida del músico/bailarín, en relación a ser juzgado por otros, es el concurso de oposición y antecedentes para ingresar a un organismo.

    Nos damos cuenta al toque si un recinto arquitectónico es bueno, mediocre o malo para ensayar o ejecutar obras de arte escénicas.

    También juzgamos sobre obras musicales/coreografías. Se espera de nosotros que les dediquemos cualquier cantidad de tiempo y de esfuerzo, que entreguemos lo máximo de nosotros para lograr una interpretación que conmueva. Y, sí, es una diferencia si la obra es magistral o medio floja. A la primera nos entregamos con amor, la segunda la abordamos con mera disciplina profesional. (Obviamente, hay toda clase de matices).

    También –esa es nuestra ‘fiesta de criticones’– juzgamos sobre nuestros directores. Hay los que nos hacen volar… y otros con los que no logramos despegar. En la música hay los que son excelentes en conciertos, pero no tanto en ensayos. O al revés. Hay los que son expertos en un tipo de repertorio, pero no tanto en otro.
    Nuestras exigencias respecto de la capacidad profesional y humana de los directores son más estrictas y sofisticadas que las del público. Se las puede resumir en pocas palabras: pretendemos que el director de turno sea en cada aspecto mejor que el mejor de nosotros.

    Y finalmente, como agentes del Estado, tenemos siempre una mirada crítica sobre la gestión gubernamental en nuestros asuntos.
    Ya que el buen juicio es constitutivo en el terreno artístico, sería adecuado que el arriba caracterizado espíritu crítico se establezca también en las políticas culturales e institucionales, hasta en las paritarias sectoriales. Al fin y al cabo, el objetivo debería ser el de crear condiciones que nos permitan brindar nuestro servicio público con la máxima jerarquía.
    El actual retraso político en el manejo de los elencos artísticos nacionales ya es colosal –no solamente por la pandemia–, y produce daños que serán difíciles de reparar. No hay tiempo que perder.

    La revisión crítica de nuestra actual situación institucional arroja las siguientes conclusiones:
    La ejecución de las políticas institucionales del Estado debería ser encomendada a profesionales, en este caso, del respectivo rubro cultural-artístico (en la paritaria no hay ni uno de estos por el lado de la patronal). También la planificación y realización de las temporadas debería permanecer en manos de profesionales del rubro, con asesoramiento y participación de los integrantes de los organismos estables. Cada cálculo de tiempo de preparación, cada reserva de lugar de actuación, cada programación de obras del repertorio, cada invitación de un director y/o solista, es una cuestión que merece la aplicación del mejor criterio experto y, en el trato con artistas invitados, la mayor corrección humana (flanco débil de la burocracia argentina si lo hay).
    No debería haber lugar para el pedido de “obras favoritas” por parte de funcionarios ni la imposición de directores y solistas “amigos” del Gobierno ni el eventual desalojo de elenco alguno de su ‘hábitat’ por motivo político ajeno al servicio (ha ocurrido más de una vez, bajo gobiernos de diferentes signos).
    Los elencos artísticos necesitan una programación que respete los plazos propios del género (por lo menos un año de antelación), la cobertura de sus cargos vacantes con profesionales del más alto nivel (sólo buenos sueldos atraen a agentes del nivel requerido), la planificación criteriosa de las temporadas (la elección del repertorio con sentido constructivo y la búsqueda de estímulos artísticos que sólo dan los grandes directores), y su asentamiento en una Sede oficial que ofrezca las mejores condiciones arquitectónicas y técnicas para sus respectivas producciones.


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