Planteo de la patronal:
¿Por
qué no se podría mandar a músicos de las orquestas a algún lugar a que toquen
p.ej. en quinteto?
Se
intuye que el fondo de la cuestión es la idea de aumentar la productividad de
los músicos, llenando los lapsos de los así llamados “sin parte” o eventuales
lagunas de programación con alguna actividad.
La
iniciativa más llamativa de esa mentalidad fue hace poco el intento de imponer
de arriba –sin paritaria de por medio– un nuevo reglamento de trabajo a los
integrantes de la Orquesta de Cámara del Congreso, que buscaba
abiertamente la degradación de músicos profesionales al estatus de lacayos al
estilo del siglo 18, creando la posibilidad de que en sus lapsos “sin parte” de
la programación estén a disposición para tocar una ‘musiquita de fondo’ en oportunidad
de agasajos de la corte (cumpleaños de diputados con champán y canapés y
eventos por el estilo).
En un
sentido más abstracto, dicha mentalidad parece buscar la conversión del
trabajador cultural profesional y especializado, integrante de un conjunto con
identidad propia… en un miembro anónimo de un ejército musical de reserva, a la
vez de la desintegración de la institucionalidad y de la organización gremial.
Hay motivos ideológicos,
técnicos e incluso de productividad para rechazar el planteo de inicio:
A la
mentalidad subyacente en dicho planteo se contraponen los conceptos de UPCN
sobre el trabajador cultural (en este caso: el artista performático) del siglo
21. Sus pilares son:
- Es altamente profesional.
- Es altamente especializado.
- Se entiende como servidor a la comunidad, no a los poderosos de la misma.
- Entiende la expresión artística como un fin, no como un medio.
- Busca a su vez y por ambición propia la mayor excelencia posible.
- Si se quiere entender su servicio como un medio para un fin, este fin sería en todo caso la representación simbólica y la reproducción de sí mismo del mismísimo Estado Nacional, en este caso por medio de una expresión artística colectiva.
- Es altamente profesional.
- Es altamente especializado.
- Se entiende como servidor a la comunidad, no a los poderosos de la misma.
- Entiende la expresión artística como un fin, no como un medio.
- Busca a su vez y por ambición propia la mayor excelencia posible.
- Si se quiere entender su servicio como un medio para un fin, este fin sería en todo caso la representación simbólica y la reproducción de sí mismo del mismísimo Estado Nacional, en este caso por medio de una expresión artística colectiva.
El
valor simbólico/intangible de un elenco artístico como p.ej. la Orquesta Sinfónica Nacional
se contempla en:
Equivalente en coros:
Claves ‘técnicas’ para comprender algunos géneros
musicales:
Música sinfónica:
Los músicos de orquesta son, por definición,
muchos. Forman corporaciones de “mayor organización”. Sus integrantes entran
como empleados a sus cargos por concurso de oposición y antecedentes. Igual que
los integrantes de la sociedad, no eligen a su vecino; tienen que convivir y
colaborar con quien trabaje a su lado. No eligen su repertorio; tienen que
tocar todo lo que el programador impone. Preparan y presentan en concierto en
muy poco tiempo (1-2 semanas por programa) mucho repertorio (25-40 programas
diferentes por año). La excelencia del producto de su labor es resultado de una
alta especialización, de una disposición al trabajo hasta el agotamiento, de su
integración a una estructura musical extremadamente compleja y de la sinergia
específica de este tipo de agrupaciones.
Música de cámara:
Los músicos de cámara son pocos por definición. Si
quieren competir en el mercado eligen concienzudamente a su compañía
(simbólicamente hablado es como un conjunto de “amigos de toda la vida”).
Eligen un repertorio limitado a su gusto y suelen preparar cada producción
durante bastante tiempo (probablemente varios meses).
Los conjuntos excelentes suelen ser empresas
independientes.
El solista musical:
Como señala el nombre, actúa sólo. Debe justificación
de sus actos solo a sí mismo. Elige su repertorio por afinidad personal y éste
es más bien pequeño en comparación con el de los músicos de orquesta. Sus
presentaciones suelen ser resultado de años de esmerada preparación de cada
pieza.
Volviendo a la cuestión del inicio:
¿Conviene encomendar tareas de música de cámara o
de solista a músicos de orquesta?
Contestación:
A veces puede ocurrir, pero estrictamente por
elección y voluntad de los mismísimos músicos de orquesta y siempre fuera de
los horarios de su disponibilidad laboral en su “institución madre”.
Los conjuntos de cámara suelen estar compuestos por
los solistas internos de la orquesta. Los ejemplos más visibles en la Sinfónica
son p.ej. el Cuarteto Gianneo (con Luis Roggero como primarius),
el Trio Ginastera (Marcelo Balat, Xavier Inchausti, José Araujo) o –hace
bastantes años– el quinteto de vientos de Spiller, Tenreyro, Slivskin,
Kerlleñevich y Bazán.
No solamente su régimen laboral de solistas de
orquesta les da posibilidad de dedicarse a tareas semejantes. También es
tradición que estas figuras destacadas de la orquesta asuman de vez en cuando
tareas de música de cámara o de solista con el propósito implícito de aumentar
por este medio el prestigio de su orquesta.
El régimen laboral de los músicos del tutti en
la orquesta suele ser tan agotador que tan sólo en raras ocasiones estos se
atreven a entrar en la competencia con conjuntos de cámara. También aquí sería
siempre fuera de la disponibilidad laboral en su orquesta, con colegas
predilectos (amigos), con repertorio de su elección y en los tiempos y lugares
de su elección.
El público (citas
de la red de blogs de los integrantes de la OSN):
“…lo que la música sinfónica contiene en germen y
como posibilidad: la transmisión de valores desde una multitud (una gran
orquesta tiene muchos integrantes) a la multitud de sus oyentes (todo el pueblo
argentino, más los habitantes del mundo que se interesen por nosotros y nuestra
riqueza espiritual).
[…]
“La respuesta del público es siempre la misma: no
importa si tocamos en salas de concierto o en la vía pública, en una fábrica
recuperada en Ushuaia, un estadio en las afueras de San Miguel de Tucumán, la
plaza central de la ciudad de Córdoba, un salón de club de barrio en Comodoro
Rivadavia, ante los trabajadores de los altos hornos de Zapla o en el mismísimo
Teatro Colón; ni siquiera tiene importancia si los oyentes tienen experiencia
con el género o no. Presenciar en vivo una orquesta sinfónica en acción parece
ser una experiencia inolvidable. La imagen es tan importante como la música. El
espectador no puede dejar de percibir que la cosa tiene algo que ver con él y
con los anhelos más íntimos que cualquier ser humano guarda en su alma. Se
encuentra ante individuos visiblemente comprometidos que construyen conjuntamente,
en paz y con respeto al prójimo, piedra por piedra (nota por nota), rebosantes
de vitalidad, pero con concentración y seriedad, un mundo rico de significados,
lleno de pasiones y colores, coherente en sí mismo, con propósito, comienzo,
desarrollo y fin. Cualquiera sale enriquecido de una experiencia
semejante, no importa si puede o no dar palabras a su conmoción.”
Una breve mirada a aspectos históricos de la
cultura sinfónica (cita de la red de
blogs de los integrantes de la OSN):
“Las primeras agrupaciones instrumentales complejas
de músicos profesionales nacieron en el siglo XVI en las cortes europeas, donde
se desempeñaban al servicio del respectivo representante de la nobleza,
encargándose del marco musical de actos y festejos de dicha corte.
La música resultó ser un elemento enriquecedor para
obras teatrales. A mediados del siglo XVII estalló una producción de obras
operísticas para un público conformado por ciudadanos prósperos de los centros
culturales de la época.
A fines del siglo XVIII y durante el siglo XIX, la
así llamada burguesía se apropió de manera creciente de aquel terreno que en
tiempos feudales había existido para el deleite de unos pocos privilegiados. Se
puede decir que la creación de obras musicales acompañó o anticipó esta “revolución
cultural”. La admiración de la que goza por ejemplo una figura como Beethoven,
está basada –entre otras razones– justamente en el hecho de que su obra refleja
de manera tan abstracta como grandiosa la emancipación del individuo y
ciudadano. La forma musical más emblemática de esta transformación social es la
sinfonía.
La cultura sinfónica de las grandes orquestas –hoy
plenamente democratizadas y con sus integrantes en empleo público estable–
llegó en el siglo XX a la cima de representatividad de las
sociedades y Estados nacionales, como así también a la cima de
profesionalismo, de brillo artístico y de difusión.”
Conclusiones finales:
La mayor productividad, el mejor grado de
excelencia, la mayor identificación con el público masivo y la mejor
representación del Estado Nacional por parte de músicos de orquesta se logra
exigiéndoles el cumplimiento de su servicio reglamentario justamente en
su orquesta.
Programaciones ambiciosas, el sentido de unidad en
cada producción, el desafío por la colaboración con grandes directores y
solistas, la exposición por medios de difusión masiva y las giras serían los
principios de una política cultural acertada para formar de una orquesta un
conjunto con identidad, sentido de pertenencia de sus integrantes, armonía y
calidad de ejercicio, para el orgullo de la sociedad que la mantiene.
Un concepto erróneo de explotación:
En la programación de una orquesta constituida al
modo arriba descripto, los esporádicos “sin parte” de algún que otro de sus
integrantes son una característica natural del género. Desde hace décadas
(incluso siglos) son considerados los descansos necesarios de los profesores
músicos que consagran hoy en día, sometidos a los ritmos de la vida moderna y a
la inevitable competencia internacional, su integridad psicofísica,
prácticamente siempre al borde del agotamiento. Lo del "descanso" es incluso relativo. Estos lapsos suelen ser aprovechados para recuperar tiempo de estudio personal de repertorio venidero, visitas a médicos o medidas intensificadas de higiene psicofísica profesional.
Por ello, especular con los lapsos de los “sin
parte” de oscilantes grupos de individuos para disgregar al conjunto y exprimir
hasta la última gota a cada uno de sus miembros resulta contraproducente en
cada sentido.
En negociaciones paritarias ahorraría mucho tiempo
poder contar del lado de la patronal con asesores entendidos en la materia de
instituciones culturales y sus intrincadas formas de desenvolvimiento,
resultado de una larga evolución histórica.
Ver también:
No hay comentarios:
Publicar un comentario